Fe y caridad: «También nosotros debemos dar la vida por los hermanos» (1 Jn 3,16)
Queridos
hermanos y hermanas:
1. Con
ocasión de la XXII Jornada Mundial del Enfermo, que este año tiene como
tema Fe y caridad: «También nosotros debemos dar la vida por los
hermanos» (1 Jn 3,16), me dirijo particularmente a las
personas enfermas y a todos los que les prestan asistencia y cuidado.
Queridos enfermos, la Iglesia reconoce en vosotros una presencia especial
de Cristo que sufre. En efecto, junto, o mejor aún, dentro de nuestro
sufrimiento está el de Jesús, que lleva a nuestro lado el peso y revela su
sentido. Cuando el Hijo de Dios fue crucificado, destruyó la soledad del
sufrimiento e iluminó su oscuridad. De este modo, estamos frente al
misterio del amor de Dios por nosotros, que nos infunde esperanza y valor:
esperanza, porque en el plan de amor de Dios también la noche del dolor se
abre a la luz pascual; y valor para hacer frente a toda adversidad en su
compañía, unidos a él.
2. El
Hijo de Dios hecho hombre no ha eliminado de la experiencia humana la
enfermedad y el sufrimiento sino que, tomándolos sobre sí, los ha transformado
y delimitado. Delimitado, porque ya no tienen la última palabra que, por el
contrario, es la vida nueva en plenitud; transformado, porque en unión con
Cristo, de experiencias negativas, pueden llegar a ser positivas. Jesús es
el camino, y con su Espíritu podemos seguirle. Como el Padre ha entregado
al Hijo por amor, y el Hijo se entregó por el mismo amor, también nosotros
podemos amar a los demás como Dios nos ha amado, dando la vida por nuestros
hermanos. La fe en el Dios bueno se convierte en bondad, la fe en Cristo
Crucificado se convierte en fuerza para amar hasta el final y hasta a los
enemigos. La prueba de la fe auténtica en Cristo es el don de sí, el
difundirse del amor por el prójimo, especialmente por el que no lo merece,
por el que sufre, por el que está marginado.
3. En virtud
del Bautismo y de la Confirmación estamos llamados a configurarnos con
Cristo, el Buen Samaritano de todos los que sufren. «En esto hemos conocido
lo que es el amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos
dar la vida por los hermanos» (1 Jn 3,16). Cuando nos
acercamos con ternura a los que necesitan atención, llevamos la esperanza y
la sonrisa de Dios en medio de las contradicciones del mundo. Cuando la
entrega generosa hacia los demás se vuelve el estilo de nuestras acciones,
damos espacio al Corazón de Cristo y el nuestro se inflama, ofreciendo así
nuestra aportación a la llegada del Reino de Dios.
4. Para
crecer en la ternura, en la caridad respetuosa y delicada, nosotros tenemos
un modelo cristiano a quien dirigir con seguridad nuestra mirada. Es la
Madre de Jesús y Madre nuestra, atenta a la voz de Dios y a las necesidades
y dificultades de sus hijos. María, animada por la divina misericordia, que
en ella se hace carne, se olvida de sí misma y se encamina rápidamente de
Galilea a Judá para encontrar y ayudar a su prima Isabel; intercede ante su
Hijo en las bodas de Caná cuando ve que falta el vino para la fiesta; a lo
largo de su vida, lleva en su corazón las palabras del anciano Simeón
anunciando que una espada atravesará su alma, y permanece con fortaleza a
los pies de la cruz de Jesús. Ella sabe muy bien cómo se sigue este camino
y por eso es la Madre de todos los enfermos y de todos los que sufren.
Podemos recurrir confiados a ella con filial devoción, seguros decque nos
asistirá, nos sostendrá y no nos abandonará. Es la Madre del crucificado
resucitado: permanece al lado de nuestras cruces y nos acompaña en el
camino hacia la resurrección y la vida plena.
5. San Juan,
el discípulo que estaba con María a los pies de la Cruz, hace que nos
remontemos a las fuentes de la fe y de la caridad, al corazón de Dios que
«es amor» (1 Jn 4,8.16), y nos recuerda que no podemos amar a
Dios si no amamos a los hermanos. El que está bajo la cruz con María,
aprende a amar como Jesús. La Cruz es «la certeza del amor fiel de
Dios por nosotros. Un amor tan grande que entra en nuestro pecado y lo perdona,
entra en nuestro sufrimiento y nos da fuerza para sobrellevarlo, entra
también en la muerte para vencerla y salvarnos… La Cruz de Cristo invita
también a dejarnos contagiar por este amor, nos enseña así a mirar siempre
al otro con misericordia y amor, sobre todo a quien sufre, a quien tiene
necesidad de ayuda» (Via Crucis con los jóvenes, Río de Janeiro, 26
de julio de 2013).
Confío esta
XXII Jornada Mundial del Enfermo a la intercesión de María, para que ayude
a las personas enfermas a vivir su propio sufrimiento en comunión con
Jesucristo, y sostenga a los que los cuidan. A todos, enfermos, agentes
sanitarios y voluntarios, imparto de corazón la Bendición Apostólica.
Vaticano, 6
de diciembre de 2013
FRANCISCO
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